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EL RADIOAFICIONADO PATITIESO

CUENTOS DE RADIO

LA SOMBRA DEL ZAFIO

LA SOMBRA DEL ZAFIO

C O N T E X T U A L I Z A N D O

Este artículo fue escrito en marzo de 2007. Era la continuación de uno anterior que, como aquél, pretendía enseñar una moraleja a través de una historia inventada, usando un personaje ficticio en una situación imaginaria, pero que podía ser, en alguna ocasión, muy próxima a la realidad. Sin embargo, ocurrió algo increíble; el autor se encontró con su propio zafio, tal como le ocurre al protagonista del cuento, que provocó una situación esperpéntica confundiendo la ficción con la realidad e involucrando a terceras personas en un proceso kafkiano en el que, personas que debían mostrarse conciliadoras, porqué en su mano estaba terminar con aquella locura, se dejaron amilanar por las formas groseras del individuo y terminaron por matar al mensajero.

 

En definitiva, este es el cuento que causó tanto pavor a Digo, que lo vetó. Vean si había para tanto.   

   

LA SOMBRA DEL ZAFIO

 

Hace unos meses ya les relaté como había transcurrido el nacimiento del zafio. Hoy me propongo contarles una aventura que le ocurrió a un radioaficionado que tuvo la mala suerte que su camino se cruzara con este individuo.

 

Como sabrán por los periódicos, en algunas zonas del estado español se ha llevado la especulación del suelo, y por consiguiente de las viviendas que en él se edifican hasta extremos increíbles. Pero algunas personas, sin ánimo de comerciar, pudieron beneficiarse de la subida generalizada de precios. Esto le ocurrió a un radioaficionado que conozco. Tuvo suerte y pudo vender su pisito comprado en los años setenta por veinte veces su valor de entonces. El hombre estaba muy contento pues el dinero conseguido lo reinvertiría en una nueva vivienda más grande y mejor situada.

 

Quedó un día con el vendedor de la inmobiliaria para que le mostrara el piso que quería comprar. Mientras le iban enseñando las habitaciones, algo le llamó la atención. En una de las habitaciones pequeñas, la que él ya imaginaba donde montaría su pequeño estudio, vio cerca de la ventana un pequeño agujero. Se acercó y se dio cuenta que comunicaba con el exterior, que daba al patio de luces. Mientras el vendedor iba tejiendo la red para convencer a su señora esposa sobre las excelencias del pisito, el hombre se acercó disimuladamente a la ventana y abrió el postigo. Sacando la cabeza al exterior, miró hacia arriba y vio unos cables que bailaban al compás del leve viento que circulaba por el patinejo. Un vistazo le bastó para darse cuenta que aquello eran cables coaxiales… Un poco perplejo se unió a las otras personas y en cuanto pudo meter baza en la conversación que mantenían su esposa con el vendedor, pidió subir a la azotea para comprobar el estado general del edificio, para asegurarse que la cubierta estaba en buen estado sin posibilidad de futuras goteras.

 

El ascensor subió a los tres un par de pisos más arriba y el vendedor les acompaño abriendo la puerta que daba acceso a la terraza comunitaria. Nada más acercarse a la caseta del ascensor ya pudo ver que, arrimado a una de sus paredes, existía un dado de hormigón que no podía ser otra cosa que la base de una torreta de antenas de radio.

 

El vendedor, muy perspicaz, siguió la dirección de su mirada y exclamó - ¡No se preocupe, el dueño de estos hierros ya no vive aquí!- Alberto, que así se llamaba el hombre, muy prudentemente, se abstuvo de responder, pero en su interior empezó a sonar una alarma. ¿Qué había querido decir el vendedor con aquel comentario? Por supuesto, él no había dicho nada sobre su afición ni sus deseos de instalar una torre para sus antenas. Esto lo guardaba para cuando pudiera asistir a la primera asamblea de vecinos, pero la inquietud crecía más y más en su interior, así que por fin se decidió y  comentó al vendedor que le gustaría conocer al presidente de la junta de vecinos de la escalera, antes de tomar una decisión definitiva para comprar el piso.

 

En aquel preciso momento, otra persona apareció en la terraza y se dirigió hacia ellos. El vendedor, con una amplia sonrisa, exclamó -¡Mire que casualidad, este señor que se acerca es el presidente que usted quería conocer! El hombre se acercó a ellos con una sonrisa y tras las oportunas presentaciones, empezaron a hablar de las múltiples cualidades del edificio y de las importantes conexiones con los servicios públicos de transporte, acceso rápido a las entradas y salidas de la ciudad y otras cosas que les interesaban a ambos. En un momento dado, Alberto, nuestro radioaficionado, halló la manera de preguntar, lo más inocentemente que pudo, qué había ocurrido con el propietario de aquella base de hormigón. La cara del presidente de la escalera cambió radicalmente, pasando de la simpatía al malhumor. –¡Ah!- Exclamó –Se refiere usted a “esto”. Pues es la herencia que nos dejó cierto individuo del que todos queremos olvidarnos- Y añadió -¡Menudo elemento- Alberto no pudo aguantar más la curiosidad y le rogó que le explicara que había pasado, a lo que el presidente aceptó, invitándolos a bajar hasta su piso para que tomaran un refresco.

 

Una vez instalados cómodamente en el sofá, el presidente empezó su relato, secundado por su mujer. Resulta que el individuo era el anterior dueño del piso que Alberto se disponía a comprar. -¡Era un chalado de las antenas!- Comenzó hablando la mujer del presidente. –Sí- añadió el presidente -Por lo visto era un radioaficionado- a lo que el vendedor terció –Ah, ¿pero aun existen esa gente? Yo pensaba que con eso del interné y los móviles ya habían desaparecido... La mujer se levantó para servir un poco más de café a los invitados mientras añadía –Pues el nuestro estaba bien vivito y coleando- a lo que el anfitrión añadió –Más que coleando, yo diría que incordiando- Y continuó –Se empeñó en montar una gran torre en la terraza que ha visto, con enormes antenas. En la reunión de vecinos le dijimos que pusiera algo más discreto, pero el se empeñó en seguir con su proyecto. Cuando nos llegó la carta de Telecomunicaciones, alegamos que ni el sitio por él elegido ni el tamaño de la antenas nos parecía bien. Por toda respuesta nos denunció en base a no sé que ley de antenas que dijo le permitía montar sus antenas donde le diera la gana. Por suerte nuestro abogado entendía un poco y el juez tenía muy claro que el derecho individual no prima sobre el colectivo, así que perdió el juicio. Desde aquel momento nos hizo la vida imposible.

-Era una especie de basilisco. Se pasaba el día vociferando que se las íbamos a pagar, que no veríamos nunca más la televisión y que él, que había sido del comité de empresa de una multinacional sabía como conseguir sus propósitos de la manera que fuera.

 

Mi amigo estaba horrorizado. ¡Cómo iba ahora a decirles que él también era radioaficionado y que entre sus proyectos estaba montar una antena en el mismo sitio que había dejado libre aquel energúmeno!

 

El vendedor debió observar algo raro en la cara del comprador, así que enseguida terció –Bueno, bueno, pero esto ya pasó. ¡Ya no vive aquí!

-Es cierto- apostilló la mujer del presidente –Por fin nos deshicimos de él. Como no pudo montar sus antenas y tenía a todos los vecinos en contra, al final puso el piso a la venta y se fue con sus antenas a otra parte.

-Lo que es seguro es que nuca más admitiremos en nuestra comunidad a un radioaficionado- Aseguró categóricamente la mujer. Hemos hablado con el abogado y el administrador de la finca y antes de vender este piso nos aseguraremos que no es para un radioaficionado. ¿Usted no será uno de estos chalados, verdad?- Alberto, con el semblante blanco como la tiza balbuceó algunas palabras ininteligibles mientras se levantaba tirando de la manga del vestido de su esposa. Agradeció las atenciones de sus anfitriones y alegando que tenían cierta prisa se despidieron.

 

El vendedor se dio cuenta que había perdido la venta. Mientras se daban la mano, le preguntó sin ambages –¿Usted es radioaficionado, verdad?- Alberto lo miró tristemente y asintió con la cabeza. –Lo siento. El piso nos gusta mucho, pero tenía intención de pedir permiso para instalar unas antenas discretas, casi invisibles desde la calle, pero en vista del mal ambiente que ha dejado nuestro antecesor, no nos queda más remedio que seguir buscando una nueva vivienda.

 

El vendedor asintió comprensivo mientras decía –No se preocupen, les encontraré otro piso donde admitan antenas, siempre que sean discretas como usted me asegura. Pero, vaya flaco favor le ha hecho su colega. No se puede ir por el mundo avasallando a la gente de esta manera.

-Desgraciadamente, hay algunos radioaficionados que actúan de esta forma- explicó Alberto, y añadió –La mayoría son buena gente y entienden perfectamente que la Ley de Antenas no es una patente de corso que pasa por encima de los derechos de los demás ciudadanos. Casi todos los radioaficionados que conozco son respetuosos con las ordenanzas municipales y las normas vecinales, y procuran desarrollar su afición con discreción, sin molestar a otras personas, pero aún quedan unos pocos energúmenos que se creen con derecho a todo. Los radioaficionados llevamos demasiado tiempo mirándonos el ombligo y no nos damos cuenta que la sociedad ha evolucionado mucho, mientras que nosotros nos hemos ido quedado al margen, por una evidente falta de preparación, tanto en los aspectos técnicos como sociales. Culpamos de todos nuestros males a los ayuntamientos, a los radioclubs, a Telecomunicaciones, etc. sin darnos cuenta que los verdaderos culpables somos nosotros.

 

-Lo peor de todo –añadió su mujer- es que tú te esfuerzas por explicarlo a tus compañeros de afición y sólo recibes palos e incomprensión- Y concluyó -No sé porqué pierdes el tiempo escribiendo.

 Alberto asintió tristemente y en silencio mientras en su interior gritaba – ¡Maldito seas 3 veces zafio!  Tendrás lo que te mereces...                

 

LA RADIOAFICIÓN ES ABURRIDA

LA RADIOAFICIÓN ES ABURRIDA -La radioafición es aburrida- Con estas palabras me desarmó el hijo de una vecina con el cual había coincidido en la terraza del edificio donde vivimos.

La historia empezó unos días antes, cuando subí a la terraza del edificio para realizar unas tareas de mantenimiento de las antenitas que tengo instaladas. Sólo se trataba de una inspección visual rutinaria para comprobar que todo estaba en su lugar. Allí me encontré con Paquito, un chico de trece años que estaba jugando con un viejo "gualquitalqui", comunicándose con otro vecino del bloque de enfrente. Esos "gualquis" operan en la frecuencia de 27 MHz. de Banda Ciudadana, concretamente en el canal 14 (27.125 MHz) Estuvieron de moda entre las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado, pero aún pueden verse algunos modelos en bazares y jugueterías. Su manufactura es muy deficiente y la calidad de transmisión horrible. Sin embargo, ambos chicos parecían divertirse mucho intentando descifrar lo que se decían uno a otro entre el ruido de fondo, las interferencias de toda índole y los continuos cortes de emisión debidos a fallos de los aparatos.

Estuve un rato observándolos mientras recordaba que muchos años atrás yo también había hecho cosas parecidas. En un viaje a Andorra, compré mi primer "equipo" de radio. Era una pareja de "guarquitarquis" que fallaban más que una escopeta de feria, pero que me permitieron escuchar las primeras emisiones de los que yo pensaba que eran "radioaficionados" En realidad no lo eran. Se trataba de usuarios de Banda Ciudadana, que nada tiene que ver con la radioafición aunque copien su "modus operandi". Mientras me perdía entre recuerdos de juventud, noté un tirón en la manga de mi camisa. Era el chico del 5º2ª que tironeaba mi ropa para llamarme la atención. Salí de mi ensimismamiento y lo miré interrogadoramente.

- ¿Es tuya esta antena?- preguntó al mismo tiempo que señalaba el pequeño mástil con una corta antena vertical de V-UHf, otra para la recepción de satélites meteorológicos y un hilo largo que transcurría discretamente, casi invisible, a poca altura y entre el resto de elementos de la terraza.

 

- Sí, en efecto, es mía- afirmé mientras trataba de prepararme para la siguiente pregunta que creía estaría relacionada con la típica curiosidad infantil por esas cosas cargadas de misterio que yo me proponía aprovechar para soltarle una breve disertación sobre radioafición, en un intento de acaparar su atención e introducir el gusanillo de la radio en aquella joven mente.

 

- ¿Es para conectarte a la red de WIFI?- preguntó el chico. - ¿Qué, cómo?- Exclamé sorprendido ante una pregunta tan inesperada.

 

- ¿Digo que si la usas para conectarte a internet por wifi? ¿Conoces alguna red gratuita? ¿Juegas on-line? ¿Cual es tu nick en el Messenger?- Apabullado por tal batería de preguntas casi me quedé sin habla durante algunos segundos, tiempo que el chico aprovechó para enviar otra andanada.

 - ¿Qué ordenador usas, portátil o fijo? ¿Tu router es por cable o inalámbrico? ¿A qué velocidad trabaja la CPU? ¿De cuanta memoria RAM dispone?- Cuando se calló para tomar aire, aproveché para cortar su perorata de forma ingeniosa... -No, no, no...- balbuceé. -No es una antena para "güifi". Son las antenas que uso para mi estación de radio.
-¿Estación de radio?- exclamó sorprendido, y añadió -¡ah, ya lo entiendo, juegas con algún simulador de trenes...!
-¡No!- me apresuré a cortar de nuevo. -No es ninguna estación de trenes. Se trata de una estación de radioaficionado. Son las antenas a las que van conectadas mis emisoras de radio.

-¿Tienes una emisora de radio?- preguntó sorprendido. -¿Es una emisora local? ¿Qué música pones? ¡A mi me gusta el Hip-Hop!

 

Desde luego, el chico era rapidísimo encadenando preguntas. Pero cada vez se alejaba más de la realidad. ¿O debería decir de "mí" realidad? Cuando vi que abría de nuevo la boca, levanté la mano e hice como si cortara el aire al mismo tiempo que añadía. -¡Para un momento, chico, déjame hablar a mí!

 

-Nada de lo que supones. No se trata de una emisora de radio local, sino de una emisora de radioaficionado. Yo soy radioaficionado, y con mis equipos de radio conectados a estas antenas puedo hablar con otros radioaficionados dispersos por todo el mundo-. Después de soltar la parrafada, lo miré fijamente esperando que en su cara apareciera la sorpresa y el interés o, al menos, curiosidad por lo que acababa de decirle. Pero su rostro permanecía expectante, como si esperara que continuará hablando.

 -¡Qué te parece!- pregunté con cara de satisfacción, y continué. -Mis equipos de radio son miles de veces más potentes y versátiles que esos "gualquitalquies" con los que jugáis. Con estas antenas alcanzo todos los confines de la tierra. Donde hay una estación de radioaficionado, allí puedo llegar yo, si las condiciones atmosféricas lo permiten, claro. 

-¿Eso es todo?- preguntó inocentemente, poniendo cara de fastidio.
-¿Te parece poco?- exclamé. Me parecía increíble que el chico no saltara como un resorte y me pidiera a gritos que le mostrar las maravillas que podía hacer con mi estación de radio. Sin embargo, el chiquillo no parecía en absoluto impresionado, al contrario, su cara mostraba más aburrimiento que otra cosa.

 

-¡Bah! Con mi ordenador portátil también puedo hablar con internautas de todo el mundo, además puedo escribirles mensajes instantáneos, enviar y recibir fotografías, videos y música, verlos mientras converso con ellos y, al mismo tiempo, navegar por la red buscando información que me interesa y, además, hacer los deberes de la escuela.

 

-Pero, pero... ¡no es lo mismo!- balbuceé anonadado.
-Claro que no es lo mismo- respondió el mozalbete -¡Es mucho mejor!- dijo riéndose.
-¡No puede ser!- atiné a contestar muy compungido. -La radioafición es aventura, investigación...!
-Cuando dices aventura, ¿te refieres a las aventuras que pasaste para que te dieran permiso para montar tus antenas?- se burló el chico. -Mi padre nos explicó lo que sufriste con la negativa de la vecina del cuarto. También nos contó el relato que hiciste en la asamblea de vecinos, explicando tus esfuerzos para aprobar un examen de electrónica, los permisos que tuviste que pedir a Telecomunicaciones, el dineral que te pedía la empresa instaladora de antenas, lo caros que eran tus equipos, que por otra parte no puedes modificar ni actualizar...

  

¡Basta, basta!- grité horrorizado al recordar el esfuerzo sobrehumano que tuve que realizar para superar todos aquellos impedimentos.

 -La radioafición es ciencia, técnica, investigación, experimentación- dije, sacando a relucir los viejos argumentos que usábamos para legitimar la radioafición, pero el chaval me cortó apostillando-¿Ciencia, técnica, investigación, experimentación...? ¿Conoces algún científico que use estos viejos aparatos de radio para realizar investigaciones y experimentos, o tan siquiera comunicarse entre sí? ¡No, por supuesto que no! Todos los científicos usan ordenadores conectados a internet. -Pero los radioaficionados colaboramos humanitariamente en caso de catástrofes y accidentes...- añadí muy poco convencido-¿Te olvidas de los teléfonos móviles? Todo el mundo tiene uno o varios teléfonos móviles. Si alguien tiene un accidente, es mucho más rápido y efectivo llamar directamente al 112 que pedir ayuda a través de un repetidor invadido por piratas y pirados, según te oí comentar una vez cuando hablabas con otra persona mayor.

-Tal vez, pero cuando hay una gran catástrofe, la telefonía e internet fallan- añadí satisfecho de haber encontrado una grieta en sus argumentos.

 - Ja, ja, ja. rió el chiquillo. -Te olvidas de los satélites. Yo puedo conectarme a internet por satélite y, mediante un programa telefónico gratuito, puedo ayudar mucho más en unos minutos que tu haciendo llamadas CQ durante horas. –Por cierto, ¿lo de CQ no tendrá algo que ver con Caiga Quién Caiga?- añadió socarrón.

Me sentía como un boxeador en KO técnico. El chico era demasiado para mí. ¿Con qué lo alimentaba su madre para que con sólo trece años supiera tanto de todo? ¿Tenía algo que ver el Cola-Cao o eran las supuestas radiaciones nocivas de las antenas de telefonía móvil en las proximidades de su escuela? En todo caso, me salvó la campana. Quiero decir que en aquel momento sonó mi móvil, cosa que me permitió tomarme un respiro y hacer tiempo antes de continuar con aquella discusión que intuía perdida. Era mi esposa que me llamaba para que bajara a comer.

-Lo siento, chico, pero he de volver a casa. De todas maneras, ha sido muy interesante hablar contigo. Me gustaría que vinieras a casa algún día para que te enseñe como es la radioafición...- añadí en un vano intento de reproducir viejas e inútiles formas de llamar la atención a la juventud.

 -Gracias, pero no es necesario que me enseñes como es la radioafición. He visitado diversos foros de internet y ya he visto como se insultan y pelean los radioaficionados entre sí. En vez de hablar de las supuestas investigaciones técnicas y experimentaciones que comentas, sólo pude leer opiniones sin sentido y tonterías por el estilo, con un montón de faltas de ortografía. Se nota que los radioaficionados leéis poco. En cambio, en los foros de los internautas informáticos se explican diversas técnicas para sacar el mejor provecho de los ordenadores y se ayuda a los novatos para que aprendan cada día más.

Esta fue la puntilla que acabó conmigo. O eso creía, porqué el muchacho aún tenía guardada otra pulla. Nos despedimos y cuando me alejaba me llamó. Me di la vuelta con la esperanza que hubiera reconsiderado mi ofrecimiento y aceptara venir a visitarme para ver mi estación (o debería decir apeadero) de radioaficionado.

 

-No le des más vueltas viejo, la radioafición ya no interesa a nadie. No tiene ninguna utilidad y, sobre todo, la radioafición es aburrida, muy aburrida.

 Definitivamente, tocado y hundido.

CONCLUSIONES

Hemos cometido tantos errores en la última década que ahora sólo sabemos lamentarnos como Boabdil el Chico(1) . Definitivamente, no hemos aprendido nada. O reinventamos urgentemente una nueva radioafición o mejor cerramos las puertas y desaparecemos dignamente. (1)Cuando el viajero sale de Granada puede divisar por última vez la ciudad desde el Suspiro del Moro, antes de descender al Valle de Lecrín. En este lugar es donde se dice que Boabdil, el último rey nazarí, después de haber firmado las Capitulaciones con los Reyes Católicos, dirigió por última vez la vista a Granada y lloró por la pérdida de su querida ciudad. Cuenta la leyenda  que al verlo su madre le dijo: "Llora, llora como mujer lo que no supiste defender como un  hombre".

 

 

EL RADIOAFICIONADO KAFKIANO

EL RADIOAFICIONADO KAFKIANO

AVISO.- En el cuento que va a leer se relata la historia de un personaje arquetípico Un arquetipo (del griego αρχη, arjé, "fuente", "principio" u "origen", y τυπος, typos, "impresión" o "modelo") es el patrón ejemplar del cual otros objetos, ideas o conceptos se derivan. El uso de modelos ha sido muy frecuente en la literatura de todos los tiempos. Platón ya los usaba y se hicieron muy populares durante el Romanticismo del siglo XIX. Carl Gustav Jung reintrodujo el término en psicología para designar cada una de las imágenes originarias constitutivas del "inconsciente colectivo" y que son comunes a toda humanidad (por ejemplo Viejo Sabio). En la modernidad, Locke dice que los arquetipos son ideas, que no tienen semejanza con ninguna existencia real, ni con la nuestra ni con la de los objetos externos. Concibe el espíritu los arquetipos mediante la reunión arbitraria de los conceptos simplicísimos, sin que puedan ser por lo tanto copias de las cosas.Queda por lo tanto, claro que la historia que a continuación relato NO se refiere a nadie en concreto. El Zafio es un personaje absolutamente  imaginario cuyo único fin es el de hacernos reflexionar y llevarnos a conclusiones morales sobre los comportamientos estereotipados que pudieran darse en nuestra microsociedad de radioaficionados. Todos los personajes y situaciones son ficticios, nacidos de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es una simple coincidencia. Quien quiera ver más allá de lo que escribo o desee imaginar falsas comparaciones, estará completamente equivocado. 

EL RADIOAFICIONADO KAFKIANO

Era un palurdo y lo sabía desde que tuvo uso de razón, por eso siempre se dedicó a zanganear, buscando bronca donde pudiera sacar algún beneficio. Ahora, ya viejo, se entretenía pasando las horas frente al televisor, sin embargo, el programa literario que estaban dando le aburría soberanamente. No tenía ni pajolera idea de quien era ese tal Gregor Samsa ni entendía nada se su extraña aventura. De pronto, le entró un sueño insoportable, y casi sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido. No recordaba cuanto tiempo estuvo en el limbo de Morfeo, pero cuando despertó notó una sensación extraña. Intentó levantarse de su viejo y apolillado sillón pero no lo consiguió. Era como si no tuviera piernas. Quería acercarse al baño para refrescarse la cara, a ver si se le pasaba aquel estado de estupor, así que se balanceó cada vez con más fuerza hasta que perdió el equilibrio y se dio de bruces contra el suelo. Como pudo se arrastró hasta el lavabo.

Durante el camino pasó por delante del quebrado espejo que había en la parte interior del armario donde guardaba su poca ropa y así, por el rabillo del ojo, vio una figura que le espantó. Era un ser deforme, o al menos de una forma totalmente diferente a la suya. Permaneció quieto unos instantes y, viendo que aquella cosa no se movía, se atrevió a mirarlo con más detenimiento. Era muy raro. Parecía que sólo estuviera formado por una gran boca sin dientes, a través de los cuales se entreveía una lengua bífida. No tenía orejas ni siquiera un cráneo donde albergara algún tipo de cerebro rudimentario. Nada. Casi pegado al labio superior había un único ojo, pero metido en el fondo de una especie de pozo. No supo porqué razón pensó que aquel ojo sólo le permitía una visión muy limitada, como si estuviera metido dentro de un largo y oscuro túnel. Posiblemente carecía de perspectiva y profundidad.

Un poco más confiado, siguió mirando cada vez con más atención aquel ser que veía reflejado en el espejo. Debajo de la boca había una especie de masa de carne flácida, partida en dos partes, a derecha e izquierda de la boca con la divisoria en la parte inferior. Instintivamente lo asoció a unas enormes nalgas sentadas e inmovilizadas largo tiempo, sin posibilidad o ganas de moverse. De la parte derecha de aquel cuerpo deforme salía una especie de apéndice delgado y largo, que mediría unos cincuenta o sesenta centímetros y, al final, se fijó en lo que parecía una especie de garra formada por dos dedos en oposición, formando una U.

Aquel ser lo miraba con la misma curiosidad con que él lo observaba a su vez. Discretamente intentó moverse ligeramente y aquello se movió al unísono. Aquella coincidencia le estremeció. Probó de nuevo y, cada vez que  ensayaba un movimiento, la masa formada por la gran boca, nalgas y brazo, le imitaba.

Desazogado gritó con todas sus fuerzas para llamar la atención de alguien para que acudiera en su ayuda. Sus gritos surtieron efecto y notó como la puerta de su habitación se abría y una figura entraba hasta colocarse dentro de su campo de visión, justamente entre aquel ente y él. No reconoció al personaje, pero parecía que él si le conocía porqué lo saludó por su nombre, preguntando qué le pasaba. Extrañado que no viera el motivo de su desasosiego, le señaló hacia el lugar que ocupaba el extraño ser y le preguntó si podía decirle a qué se debía aquello.

La figura, cuya cara no podía ver porqué iba envuelta en una especie de manto con una capucha que ocultaba su rostro, le dijo con una voz profunda: -Eres tú, o mejor dicho, es tú reflejo en el espejo-.

¡Cómo podía decir aquella barbaridad. Él sabía muy bien como era. No es que presumiera de cuerpo hermoso, pero estaba seguro que en el poco tiempo que se había quedado dormido no había podido transformarme en aquella deformidad. -No es tu cuerpo físico lo que ves, sino tu cuerpo de radioaficionado- le explicó la misteriosa figura.

-Pero, ¡cómo es posible que digas estas cosas!- exclamó furioso. -Yo no soy así.   
-Tal vez creas que no eres así-, siguió hablando el encapuchado, -pero es cómo te ven los demás cuando les dices que eres radioaficionado- -¡Venga ya, hombre, o lo que seas! Estoy seguro que esto es un sueño del que  pronto despertaré y podré volver a mis equipos y antenas para hablar con mis amigos...

-Tienes razón, pero no por ello los demás dejarán de verte bajo esta forma. Fíjate bien. Tienes mucha boca, pero careces de orejas, porqué hablas mucho y escuchas poco. Tu lengua es doble, porqué hablas con dobleces, pero te faltan dientes para morder. Careces de piernas porqué no las usas para moverte fuera de tu pequeño mundo, pero en cambio tienes unas posaderas enormes que te permiten sentarte horas y horas sin moverte. No ves tu cráneo porqué no necesitas albergar un cerebro que te ayude a reflexionar. Tu ojo miope tiene muy limitado el campo de visión porqué no te interesa nada más allá de tus pequeños límites, y tú único brazo sólo tiene fuerza para levantar un pequeño micrófono que sujetas con estos dos dedos adaptados exclusivamente para apretar el botón que tu llamas peteté-.

Su ojo ciclópeo se humedeció pero, con un esfuerzo titánico acertó a decirle a la fantasmal figura -¡Y para qué quiero más! Cada uno hace su propia radioafición. Si yo soy feliz con esto, ¿para que necesito reflexionar? ¡Que reflexionen ellos! ¡Qué me importa que la radioafición haya sido algo más! Esto es lo que hay ahora. Es mí entretenimiento. Soy aficionado a esto como podría serlo al vino tinto. ¡Qué más da! Qué manía tienen algunos en buscar algo más en una cosa que carece de la menor trascendencia. ¡Qué sólo quiero pasar un rato agradable hablando por radio, joder, nada más!- Gritó estentóreamente y añadió a grito pelado -¡Deja ya de incordiar con tu sicología barata!

La figura enlutada dio un paso atrás entre un revoloteo de pliegues de su capa y, señalándole con su dedo acusador, rugió -¡Yo te maldigo, zafio. Tendrás lo que te mereces!- y sin darle tiempo a recuperarse del susto, desapareció entre un estruendo de tracas.

Se despertó sobresaltado en medio de un espasmo muscular, propio de su edad, derribando el vaso de agua que tenía encima de la mesa, justo sobre su equipo de radioaficionado. Un chisporroteo seguido de una leve humareda y cierto olor a quemado le anunció que le esperaba un viaje a la tienda de reparaciones para que arreglaran su flamante transceptor recién adquirido. Por suerte, el ordenador conectado a internet supliría ampliamente su falta, gracias al programa informático que le permitía conectarse a la conferencia mundial sin las veleidades de la propagación, que ya le tenía harto de esperarla durante once largos años.

Sin embargo, no conseguía quitarse de la cabeza aquel extraño sueño. Porque... ¿fue un sueño, verdad? Para asegurarse, se levantó del sillón, o al menos lo intentó. No sentía las piernas. Probablemente se le habían quedado dormidas por alguna mala postura, así que se balanceó para darse impulso y, sin poderlo evitar se dio de bruces contra el suelo. Necesitaba mojarse la cara para despejarse. Se arrastró como pudo hacia el cuarto de baño y cuando pasaba justo ante el espejo del armario se vio, y recordó la maldición; -Yo te maldigo, zafio...-, y en su mente se repetía insistentemente zafio..., zafio...,  zafio... ¡Tendrás lo que te mereces!- Y empezó a comprender...

 

¡OH, NO, OTRA VEZ FREQUENCY!

¡OH, NO, OTRA VEZ FREQUENCY!

Todos tenemos un vecino o vecina incordiante. A mi me ha tocado una viejecita angelical que siempre ha mirado con mala cara que instale antenas en el tejado del edificio en que vivimos. Hubo una temporada, cuando los periodistas desencadenaron la psicosis de las radiaciones de la telefonía móvil, que mi querida vecinita emprendió una dura cruzada para que desmantelara mi instalación. Casi lo consigue. Si no llegó al final fue porqué la antena parabólica de los del cuarto, los aparatos de aire acondicionado de los del tercero, segundo y primero, los toldos multicolores de los del quinto y el sexto y, la terraza cubierta de los del ático, amén de los tres gatos y los dos realquilados de la viejecita, eran quienes estaban, en realidad, en la más absoluta ilegalidad. Esto los detuvo, no mis documentadas explicaciones, que no entendían o no querían entender.

De cualquier manera, mi viejecita siempre me miraba muy sería cuando nos encontrábamos en el ascensor y, algunas veces, se quejaba de dolores de cabeza o resfriados imaginarios, cuando se celebraba la reunión de vecinos y, muy sutilmente, los achacaba a las radiaciones “esas” Como el resto de vecinos ya habían sido informados de la completa legalidad de mi instalación, tanto por el administrador de la finca, como por los servicios técnicos de la Jefatura Provincial de Telecomunicaciones, se limitaban a sonreír y comentarle lo bien que se veía a pesar de sus presuntos achaques, cosa que ella agradecía finalmente con una sonrisa coqueta.

Pero anoche todo cambió. Era la noche del primer domingo del nuevo año y por la tarde, una de las cadenas de televisión había programado, una vez más, diversas películas sentimentaloides, para acrecentar los deseos navideños y consumistas de los espectadores. Como ya habían quemado la serie de “los fantasmas que atacan al jefe” y sus sucedáneos, buscaron algo que, sin ser estrictamente dedicado a la navidad, al menos tocaba la fibra sensible de algunos espectadores. Desconozco cuales fueron los criterios para escoger la película “Frequency” pero, a media tarde se consumó, una vez más la proyección de este aberrante e indocumentado film.

No voy a comentar su escandaloso argumento, que gira en torno a una imposible y esperpéntica radiocomunicación entre un padre, fallecido hace más de veinte años, con su  hijo, sumido en un mar de contradicciones y confusiones, propias del gusto norteamericano. Desconozco en que estado mental escribió, el guionista, semejante desvarío, que en tan mal lugar nos deja a los radioaficionados, que por obra y gracia de Holliwood, nos convertimos en médiums, capaces de establecer contactos con el “más allá.”

Según parece, a mi viejecita vecina le encantó, y vio “la luz” A eso de las ocho de la noche, cuando bajaba la bolsa de la basura hasta el contenedor de la esquina, coincidí en mitad de la calle con la señora que también se disponía ha hacer lo mismo, vestida con su batita de boitiné y sus zapatillas forradas de lana, con una diminuta bolsa en su mano, que lucí el logo de un supermercado del barrio. Al principio casi no la miré. Me limité a saludarla educadamente y acelerar el paso, con la intención de adelantarme para evitar la vuelta juntos. Prefería subir a pie los cinco pisos antes que hacerlo en el ascensor, junto a ella y su eterno resentimiento por culpa de mi antena.

Pero la abuelita me superaba ampliamente en experiencia y, cuando yo iniciaba mi apresurada retirada, se plató ante mí diciéndome:

-“¿Oiga, joven, haga el favor de esperarme. Quiero hablar con usted!”

Me frenó en seco. Acto seguido con pasitos diminutos y sin ninguna prisa, echó su bolisita al contenedor y volvió hacia mí con una sonrisa en su boca, luciendo una blanquísima y perfecta dentadura, que sus buenos dineros la había costado.

Cuando llegó a mí, me cogió del brazo y me dirigió hacia el edificio. Levantó la cabeza hacia mí y, con una nueva sonrisa me dijo:

-“Joven, usted tiene una emisora de radioaficionado, verdad?”

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Ya empezábamos de nuevo, pensé. La voluntad de la viejecita era dura como el granito, pero, algo me decía que había un cambio en su actitud. Parecía más amistosa, incluso cordial. Pero no me fiaba. Su vocecita aguda interrumpió mis pensamientos.

–“Joven, me gustaría visitarle en su domicilio para que me enseñara esta emisora. Estoy muy interesada en ver hasta donde es capaz de llegar.” Estaba tan sorprendido que no sabía que decir. Ella se impacientó y, levantando la voz insistió:

-“¿Me está escuchado usted, joven?”

-“S... sí, señora. Cuando usted desee” acerté a decir, y añadí: “-Mañana por la tarde estaré en casa...”

-“¡Estupendo, pues vendré a tomar el té a eso de las cinco!. Gracias.” Y soltándose de mi brazo, se llevó una mano a la boca profiriendo un agudo silbido que me dejó casi sordo. Inmediatamente, un diminuto perro pequinés, o algo así, apareció de detrás de un coche, corriendo alborozado en pos de su dueña. Me saludó con un ademán de su blanca mano y se alejó junto a su perro.

Durante unos instantes quedé parado en mitad de la calle, totalmente desorientado. Las luces de un automóvil me sacaron de mi ensimismamiento. Subí a mi casa y se lo conté a mi esposa. Le dio un ataque de risa y, entre carcajadas, me avisó que no volvería a dejarme bajar la basura, porqué aprovechaba para ligar con lindas señoritas.

Al día siguiente, después de comer con la familia, me dediqué a sacar el polvo depsitado encima de mis equipos de radio. Comprobé que todo funcionaba bien. Puse en marcha un viejo televisor en blanco y negro que guardaba en el fondo de un armario, para asegurarme que, incluso aquel viejo cacharro no percibía ningún tipo de interferencia y, finalmente, preparé la mesita del salón con un mantel de hilo, regalo de mi suegra, encima del cual deposité una bandeja con tazas de té, la tetera, el azucarero y un plato con galletas. Venía la vieja gruñona, y quería causarle buena impresión con la hospitalidad de mi familia, a ver si olvidaba su maldita obsesión con mi antena de radio y nos dejaba en paz de una vez.

Puntual como un reloj, sonó el timbre a las cinco en punto de la tarde. Vestido con mis mejores pantalones tejanos y bien repeinado y afeitado, abrí la puerta luciendo una cordial sonrisa, que fue correspondida con una exhibición de dentadura perfecta por parte de nuestra vecina. Sin cortarse en absoluto, entró en mi casa como si la conociera de toda la vida. En realidad, debía ser así pues los pisos son calcados unos de otros. Se aposentó en mi sillón preferido y esperó a que le sirviéramos el té. Al cabo de un rato se cansó de hablar de temas intrascendentes y fue directa al grano.

-“Ya va siendo hora que me enseñe su aparato de radio, ¿no le parece?”

Me levanté y la acompañé hasta el rincón donde tengo instalados mis equipos de radio, que no son muchos ni muy modernos, pero suficientes para lo que hago. Los miró atentamente. Me pareció que prestaba especial atención al equipo de decamétricas, un viejo trasto a válvulas, que ocupaba la mayor parte del espacio disponible. Me miró y dijo:

-“¿Vio usted la película que dieron ayer por el canal 6? Esta viejecita conseguía desorientarme cad vez que hablaba. Me quedé con la boca abierta hasta que acerté a balbucear:

-“¿Película? ¿A cual se refiere?”

-“Si hombre, a la del radioaficionado que habla con su padre muerto”

-“¡Ah, sí, digo no! Quiero decir que no la he visto, pero se de cual me habla.”

Me miró muy seria y respondió:

“Pues no debería perdérsela. Incluso debería tenerla grabada en video o deuvedé”

“Verá, señora...” respondí, -“no creo que este tipo de películas reflejen fielmente a la radioaf...”

-“Escúcheme con atención joven” me interrumpió. –“Como ya debe saber, soy viuda. Mi marido murió hace algunos años. Formábamos una muy buena pareja pero él, en los últimos meses antes de su muerte, sufrió una enfermedad que lo dejó prácticamente sin recuerdos. Sin memoria. Fueron tiempos difíciles. Él era muy meticuloso y organizado. Lo tenía todo archivado pero... ¡a su manera! Sólo él sabía donde tenía guardadas las cosas.”

Yo seguía con atención sus explicaciones pero no acertaba a ver donde quería llegar ni que relación esa historia personal  con mi equipo de radio. Pareció que se daba cuenta de ello y abrevió.

-“Pues bien, joven, viendo la película, esa que se titula “Frequency”, pensé que, tal vez,

usted podría ayudarme. Cuando mi marido murió se perdió una importante documentación. Toda la familia conoce su existencia pero nadie sabe donde está. Hemos revuelto mil veces la casa y buscado en todos los lugares, pero no aparece por ninguna parte. Necesitamos estos papeles para formalizar el testamento para mis nietos.”

-Lo entiendo, señora, pero no se que relación...” empecé a decirla pero, nuevamente me interrumpió.

-“Lo que yo quiero, es que intente usted comunicarse con mi difunto marido, o con algún radioaficionado muerto, para que nos diga donde guardó esos papeles...”

Quedé estupefacto. Sin habla. Había leído en alguna parte que ciertas personas terminan por creerse lo que ven en la televisión, pero no creía que fuera cierto. Uno puede emocionarse ante una película especialmente sentimental pero, tomar como cierto el  argumento de una película de ínfima calidad, emitida mil veces por televisión, era increíble.

No puede decirle la verdad de mis pensamientos a la abuelita. Sus ojos anegados de lágrimas, a duras penas contenidas, hicieron mella y, profundamente apenado, le respondí que haría cuanto pudiera , aunque no le aseguraba el éxito pues estas comunicaciones con el “más allá” eran muy difíciles y se necesitaban una especiales condiciones atmosféricas de propagación, que sólo sucedían muy de vez en cuando. Ella lo comprendió y agradeció con una triste pero encantadora sonrisa. Me puso la mano en el hombro y tiró de mí hacia abajo hasta tenerme a su altura. Entonces, depositó un candoroso beso en mi mejilla. Acto seguido, y como por encanto, recompuso su actitud digna y, recogiendo su bolso y abrigo, anunció que debía irse pues era la hora de preparar la cena a su perrito.

Cuando le conté el suceso a mi esposa, se le saltaron las lágrimas. A mi también pero, por otro motivo. Estaba realmente indignado con la manipulación que, constantemente, es objeto la radioafición por parte de periodistas, guionistas y miserables radioaficionados que se empeñan en hacernos aparecer como cualquier cosa menos lo que realmente somos, experimentadores de ondas electromagnéticas. ¡Qué manía tienen unos  y otros en mostrarnos como hermanitos/as de la caridad, buenos/as samaritanos/as, bomberos/as, policías, pero nunca, nunca, para lo cual obtuvimos nuestra licencia: para estudiar, investigar y experimentar con las ondas de radio.

Algunos días más tarde, llamé a la puerta de mi querida viejecita. Me hizo pasar dentro de su piso, lleno de recuerdos y allí le conté que, por mucho que lo había intentado, no conseguía ningún resultado que condujera a la resolución de su problema.

-“Ya lo se, joven. No piense que me creí lo que mostraba aquella película. Sólo quería comprobar que usted es una buena persona, dispuesta a escuchar a una vieja como yo, aunque le pida algo tan estúpido como hablar por radio con los muertos”

Quedé sin habla. Una vez más me había desorientado, pero ella, sonriendo, prosiguió:

-“Dentro de unos días voy a mudarme de piso. Iré a vivir con mis hijos, lejos de aquí. Mañana vendrán los de las mudanzas para desmantelar el piso pero, antes quería hacerle un regalo.” Se levantó y rebuscó en un armario hasta sacar con un gran esfuerzo una enorme caja, que me apresuré a ayudarle a dejar encima de la mesa camilla.

-“Ábrala, joven, es para usted”

Totalmente desconcertado, quité la tapa de la caja y en su interior apareció un aparato de radio en forma de capilla, de madera pulida y magníficamente trabajada por las manos talentosas de algún carpintero ebanista de primeros del siglo pasado.

-“Perteneció a mi padre, que fue un gran entusiasta de la radio. Adquirió uno de los primeros que se construyeron  aquí, y siempre lo he guardado como recuerdo suyo. Ahora es para usted, porqué se que sabrá valorarlo adecuadamente, no por su valor monetario, sino por lo que representa para una verdadero radioaficionado.

Tremendamente emocionado recogí de sus manos aquel valioso objeto y lo admiré con veneración. Sin poder contener las lágrimas, la abracé tiernamente. Me acompañó hasta la puerta. Nos miramos y, sin poder cruzar ninguna palabra, nos despedimos con la mirada.

Al día siguiente, ha instancias de mi esposa, decidí volver a visitar a mi nueva amiga. Llamé a su puerta y abrió un hombre con mono de trabajo, la frente sudorosa y rodeado de cientos de cajas de cartón. Era uno de los operarios de la empresa de mudanzas. Pregunté por la señora y me dijo que ya había marchado. No, no sabía cual era su dirección. Ellos tenían orden de llevar todo aquel material a un almacén de la empresa y guardarlo hasta nuevo aviso. Pregunté a los vecinos. Nadie sabía nada. Algunos hasta me felicitaron porqué suponían que me había librado, por fin, del incordio de la viejecita. No me detuve a explicarles nada. No lo entenderían. Casi no podía entenderlo yo mismo.

El aparato de radio de “capilla” estaba en perfectas condiciones de funcionamiento, y su aspecto exterior e interior era impecable, sin una mota de polvo ni arañazo. Impecable. En la parte trasera descubrí una pequeña placa metálica de color amarillo bruñido con una inscripción que decía: “A mi querida hija, para que su afición por la radio siempre la acompañe”.

Ahora, el receptor ocupa un lugar importante en la casa familiar. Mi esposa, mis hijos y los familiares más allegados conocen la historia y, cuando pasan frente al aparato, lo miran con respeto y emoción. Mientras tanto, miro a mis hijas que van creciendo en un mundo de comodidades, donde las comunicaciones son algo tan normal que han perdido toda la importancia que antaño tuvieron. Pienso si seré capaz de inculcarle el verdadero espíritu del radioaficionado y, si antes de abandonar este mundo traidor, seré capaz de dejarles un recuerdo como el que me legó mi adorable viejecita. Ahora se que a ella también le dolió la tremenda horterada de la película “Frequency”

EL REGALO ENVENENADO

Los Reyes Magos siempre habían sido mis héroes favoritos. Estos tres personajes entrañables, revestidos de santa autoridad y bondad, eran esperados año tras año, confiando plenamente es su sentido de la oportunidad. Tenía la convicción que cada uno de nosotros recibiría el regalo que se había hecho merecedor, pero... su última visita ha significado un gran trastorno. Si desean saber que me ocurrió, sigan leyendo.

VALERIA

Mis vecinos saben, desde siempre, que soy radioamateur. Nunca he tenido problemas por ello y jamás nadie me había preguntado por mi afición que, por otra parte, procuro llevar con discreción. Las antenas son pequeñas y bajas, por lo que acostumbran a pasar desapercibidas. Mi vida transcurría plácidamente hasta que alguien llamó a mi puerta y me soltó:

-“¿Eres radioaficionado?” Por un momento quedé sin habla pues hace algún tiempo que me he propuesto desterrar de mi vocabulario el término “aficionado” por un modismo más acorde como es “amateur” Con esto evito el sentido peyorativo de la palabra “aficionado”. Fíjense que cuando algo está mal hecho, siempre sale alguien diciendo: -“parece que lo haya hecho un aficionado” o, simplemente “¡aficionado!”, con toda la carga despectiva que conlleva.

Estoy perdiendo el hilo. A lo que iba. Quien preguntaba era una chiquilla de no más de 13 años, de aspecto vivaz, que se quedó mirándome interrogadoramente esperando una respuesta.

–“Esto... pues sí. Bueno, en realidad soy radioamateur” Intenté puntualizar.

–“Es lo mismo, ¿no?, me corrigió la chiquilla, observándome como un bicho raro.

–“Sí, más o menos”. Acerté a conceder.

–“Pues enséñamela”, dijo muy decidida, dando un paso hacia delante y plantándose frente a mí.

–“¿Qu... qué?. Tartamudeé. –

-“Qué me enseñes la emisora de radioafi..., digo de radioamateur”. Corrigió a tiempo.

Estaba totalmente desorientado. La verdad es que nunca me había sucedido algo parecido. Lo mío es la radioafición plumífera. Quiero decir que donde mejor me defiendo es escribiendo artículos divulgativos, pero no se me da bien la puesta en escena. Últimamente, pienso que tampoco consigo hacerme entender con la escritura pues ya he oído alguna voces que me tachan de gurú o críptico. Realmente, la telebasura está haciendo estragos en la mente de algunos telespectadores. Su riqueza idiomática está en bancarrota y la capacidad de discernimiento bajo mínimos. Pero no importa, no escribo para ellos, sino para usted, querido lector, que me comprende y me lee. Gracias.

Caramba, otra vez me despisto. Bien, vuelvo al relato. La chica seguía mirándome cada vez más extrañada. Para ganar tiempo le pregunté su nombre.

–“Valeria” dijo con un cierto tono de cansancio, como si un nombre tan bonito le causara pereza repetirlo. Estos segundos de tregua me dieron tiempo a reponerme de la impresión que suponía ser “descubierto” como el vecino radioamateur, así que más tranquilo le dije:

 “- A qué se debe tu interés pro ver mi estación de radio?”

“-En el instituto están dando un ciclo de charlas sobre distintas aficiones y hoy ha venido una persona que nos ha hablado sobre la radioaf..., la radioamateur y he quedado muy impresionada”. ¡Caramba!, pensé para mis adentros, por lo visto las charlas en las escuelas aún surten efecto. Ella seguía hablando y decía:

“- Nos ha dicho que al salir de clase nos fijáramos en los tejados de nuestro barrio, para descubrir una antena como la que nos ha mostrado en las imágenes del retro-proyector. Lo he hecho y, cuando pensaba que no vería ninguna, ha parecido la tuya en el mismo edificio donde vivo. ¡No te puedes imaginar la ilusión que me ha hecho saber que vivo al lado de un radioamateur!” Terminó diciendo estas últimas palabras con la voz algo alterada por la emoción.

EL APEADERO

“Disimuladamente” echaba discretas ojeadas hacia el interior de mi domicilio. Capté la indirecta y le franqueé la entrada. No estaba muy seguro de impresionarla con mi estación de radio. Más bien parece un apeadero que una estación de verdad. Tampoco dispongo de una habitación para mi sólo, ni la deseo. El “cuarto de las chispas”, como algunos radioamateurs llaman el lugar donde tiene instalados sus equipos, hace años que se convirtió en una habitación familiar. Además, la radio que hago tampoco requiere mucho espacio, así que los pocos equipos que tengo están prácticamente integrados en el mobiliario, arropados por los libros de la biblioteca.

Esto no pareció preocuparle mucho a Valeria que enseguida descubrió los aparatos y se dirigió muy decidida hacia ellos. Inconscientemente les pasó una mano por encima como una leve caricia y mirándome dijo: -“Anda, ponlos en marcha. Quiero oír como suenan”.

 –“Mmmm”. Pensé yo. No estaba muy convencido de que lo iba a oír mostraría una imagen acorde con lo que le habían explicado en el instituto, así que me curé  en salud y le pregunté:

-“¿Como estás de inglés?”

–“¡Muy bien!”.  Exclamó alborozada.

–“Bien pues tu bautismo de radioescucha será en la banda de veinte metros en HF, para que veas como se comunican los radioamateurs de todo el mundo”.

Dicho esto, sin darle tiempo a preguntar por el pequeño equipo de V-UHF que estaba observando, conecté el transceptor de bandas decamétricas y seleccioné una frecuencia donde acostumbran aparecer estaciones ‘deeqis’. –“Naturalmente, no podrás transmitir, pero te harás una idea de cómo funciona” Le advertí, al mismo tiempo que le enseñaba como cambiar la frecuencia dando vueltas al botón principal. Ella pegó el oído al altavoz y extasiada fue dándole vueltas lentamente hasta sintonizar muy correctamente un ‘cueseó’ entre un japonés y un holandés. Antes de que abriera la boca, ya había bajado un libro de la estantería que explicaba algo del código cú y los prefijos internacionales. Literalmente me lo arrancó de las manos y empezó a tomar notas en un cuaderno que sacó del bolso.“

-“Es para hacer el trabajo de la charla”. Explicó.

Así pasamos un buen rato. Yo en silencio, observando encantado como una persona tan joven, y mujer por añadidura (algo muy poco usual) mostraba un interés tan inusitado por la radioamateur. Parecía que había nacido para ello. Su conocimiento del inglés y la experiencia en todo tipo de electrodomésticos (cd, dvd, video, tv, pc, teléfonos, etc.) le facilitaba enormemente la comprensión del funcionamiento de los distintos mandos del transceptor. Al cabo de un rato lo manejaba con más soltura que yo. De pronto, noté que se sobresaltaba ligeramente. Rebuscó en su bolso y sacó un pequeño teléfono portátil que vibraba insistentemente. Con un dedo lo paró mientras se levantaba con una cara que reflejaba un enorme pesar.

“-Tengo que irme. He de terminar los deberes y escribir el trabajo de hoy”. Suspiró y, tendiéndome la mano dijo muy convencida:

-“¡Yo también seré radioamateur!” Recogió sus cosas y la acompañé hasta la puerta. Le notaba una emoción contenida, que me contagió y noté como una especie de nudo en la garganta.

“-¿Sabes?” dijo cuando se alejaba del mi rellano, “-Voy a pedirles a los Reyes Magos un equipo de radio para practicar la escucha mientras me preparo para obtener la licencia, según nos han explicado en el ‘insti’ “ Se detuvo y volviéndose exclamó muy sonriente:

-“Gracias” y selló nuestra amistad con un ligero beso en la mejilla. Acto seguido se alejó rápidamente. Cerré la puerta para que viera el esfuerzo que hacía para impedir que la emoción emergiera fluidamente de mis ojos.

Era la primera vez que me sucedía algo parecido. Naturalmente, había participado en multitud de ocasiones en todo tipo de actividades divulgativas. A pesar de no gustarme mucho, había dado conferencias, cursillos, acudido a programas de televisión y durante varios años  colaboré con unos de los programas de radio más antiguo dedicado a la radioamateur. También, como no, había estado de plantón durante horas ante una caseta dando explicaciones a los curiosos que se acercaban a pedir ‘pins’, folletos y demás artículos que se acostumbran e exponer en las ferias de las ciudades y pueblos. Sin embargo, era la primera vez que era testigo de la eclosión de una radioamateur.

SU MADRE

Era a finales de diciembre y los exámenes ocupaban todo el tiempo de los estudiantes del instituto de Valeria. Nos vimos alguna vez, de lejos y ella me saludó con la mano, con una mirada que intuí de complicidad, como si entre ella y yo se hubiera establecido una corriente electromagnética. Pero en ningún momento tuvimos ocasión de comentar nada sobre la radioamateur. Pasaron los días. Yo sabía que, si realmente se había producido el nacimiento de una nueva radioamateur, tarde o temprano, posiblemente durante las próximas vacaciones de navidad, volveríamos a vernos. Por esta razón, me sentí muy feliz cuando oí el timbre de mi puerta. Rápidamente abrí pensando encontrar a Valeria pero no. Era su madre. –“Uf”. Pensé. Espero que no haya habido ningún malentendido. Pero enseguida deseche mis temores. La señora estaba radiante, con un aspecto muy parecido a su hija. Para que no cupiera duda dijo:

 -“Hola, soy la madre de Valeria. La vecina de arriba” dijo, al mismo tiempo que me ofrecía la mano con un  gesto vigoroso.

-“ Mi hija me ha hablado de su afición por la radio y la visita que le hizo. Discúlpela. Es muy lanzada. Espero que no le molestar”.

-“En absoluto, señora” Contesté caballerosamente. –“Fue una agradable sorpresa mostrar a Valeria mi estación de radioamateur” Dije, poniendo especial énfasis en la palabra radioamateur.

-“Estamos muy orgullosos de ella. Es una buena chica y una excelente estudiante. Si las notas son tal como nos tiene acostumbrados, le haremos un buen regalo estas próximas navidades.”

-“Está muy bien”. Contesté yo y añadí –“Tal vez le gustaría poseer un receptor de comunicaciones, teniendo en cuenta su interés por la radioafición”

-“Buena idea” Respondió. Me tendió nuevamente la mano al punto que añadía

-“ Los vecinos no recordábamos que usted es radioaficionado. Está muy bien esto ayudar a buscar medicinas y colaborar en el desfile de las carrozas de los Reyes Magos”. Sonreí pero quedé un poco apenado. Esta era la imagen que persistía en la mente de las personas cuando se acordaban de los radioamateur. Aún había que cambiar muchas cosas. Las actividades socio-culturales seguían ocultando la mejor radioamateur, la científica y técnica.

EL DESASTRE

Las hojas del calendario cayeron rápidamente y casi sin darnos cuenta.  Pasó la noche mágica y todos pudimos disfrutar de los regalos que dejaron los Reyes Magos a su paso por la ciudad. La familia nos reunimos para celebrar el último ágape de las fiestas de invierno. Estábamos degustando el turrón y cava catalán cuando de pronto sonó el timbre de la puerta. Eran toques largos e insistentes, como si alguien tuviera prisa para que se le abriera la puerta. Mientras me dirigía a la entrada me vino a la memoria que podía se mi vecinita Valeria. Tal vez sus padres habían hecho caso a mi sugerencia y le pidiera a los Magos un receptor de radio para ella.

Abrí la puerta y apareció la figura de la madre de la chica.

–“Desgraciado” Me soltó nada más verme. Instintivamente di un paso atrás, sorprendido por la furia que emanaba de la mujer.

“-Ustedes los radioaficionados son un atajo de burros” Me espetó, por si el primer insulto no me había quedado claro. Reaccioné manteniendo la calma y ofreciéndole una sonrisa de circunstancias, al tiempo que le preguntaba que había ocurrido para que estuviera tan enfadada.

–“Los Reyes Magos han traído un aparato de radio a Valeria, tal como usted me sugirió” Dijo con voz trémula.

–“Y...” Pregunté con un hilo de voz.

 –“¿Cómo pueden ser tan mal hablados, tan maleducados, tan ..... tan....” Tartamudeó mientras buscaba un epíteto que describiera su impresión.

 –“¡ Tan obtusos!” Por suerte la señora tenía un buen repertorio de adjetivos y no le hacía falta recurrir a ninguna ordinariez.

Yo no sabía que decir ni de que me hablaba, aunque algo me temía. Intenté calmarla invitándola a pasar al interior de mi domicilio para que se sosegara tomando un poco de turrón y una copa de cava catalán. No se como, pero aceptó. Una vez instalada en la mesa, rodeada de mi familia y tras tomar un sorbo de cava, explicó lo que había sucedido.

Efectivamente, los Reyes Magos habían respondido a su demanda con un precioso receptor, un escáner, dijo ella. De la manera que lo describía me di cuenta que era un  portátil, con antena incorporada, que cubre la bandas de V-UHF. Con tremenda ilusión, Valeria quiso hacer una demostración ante la familia y lo puso inmediatamente en marcha. Le dio al botón de exploración y la mala suerte hizo que captara una señal. Escucharon como alguien saludaba a un tal ‘Errecero’:

-“Hola Errecero, hay alguien?

 Valeria elevó el volumen del altavoz y anunció:

-“Yo voy a ser radioamateur como ellos” Y ahí empezó la debacle. La sala de la casa de la chica se llenó de pitidos y ruidos entre los que sobresalían voces insultándose unos a otros. De vez en cuando, se oía claramente algunas frases de personas provocando a los demás, etc. Valeria, avergonzada, actuó rápida y cambiando de sintonía, dijo que se había equivocado de frecuencia pero el mal ya estaba hecho. Todos habían oído claramente algunos retazos de apodos que les sonaban a los que usan para hablar por radio en las películas. Gracias a la poderosa retentiva y la capacidad de síntesis femenina, la madre de Valeria pudo resumir de esta manera la experiencia:

-“Había uno que llamaban fonético, después uno que se llamaba como el hijo de Trazan, decía buscar maraña, otro que repetía el estribillo “valen-valen”, y otro más que llamaban algo así como cierta marca de cacao en polvo que, cuando hablaba parecía un telepredicador, metiéndose en políticas y religiones, amén de otras muchas voces pugnando por hacerse un hueco para decir sus propias sandeces. Todos revueltos en un batiburrillo de palabras gruesas, insultos, amenazas y salvajes diatribas . Al abuelo de Valeria casi le da un soponcio cuando escucho a un energúmeno silbando el “cara al sol”, mientras que la pobre consuegra estuvo en un trís de vomitar el pavo de la comida cuando un degenerado empezó eructar repetidamente”.

Finalmente, el padre de Valeria salió de su estupor, y arrebató el aparato de su hija diciendo que lo guardaría hasta saber quien era el responsable de tamaño despropósito. Y a esto venía la madre.

-“¿No hay nadie que se responsabilice de este gallinero?” preguntó indignada aún la señora madre de Valeria. Le dije que sí, que legalmente podían exigirse responsabilidades, tanto a los radioamateurs que hacen mal uso de las bandas, como a las asociaciones que instalan emisoras repetidoras colectivas. Pero que también recaía una buena parte de responsabilidad sobre la Jefatura de Telecomunicaciones, que debería actuar de oficio.

Le expliqué que esto que había oído no era normal. Que ignoraba si aquellas personas eran radioamateurs, piratas, o ambas cosas a la vez. Pero, fuera lo que fuese, deberían ser denunciados inmediatamente y desposeerlos de su licencia, si la tuviesen. Le comenté que la radioamateur era otra cosa. Le hablé de la ciencia y la técnica que nos permite transmitir a enormes distancias con aparatos muy sencillos. Hablé de telegrafía, de satélites, de comunicaciones digitales, de concursos, experimentos. Incluso le recordé que algunos radioamateurs estaban en posesión del Premio Nóbel. Le prometí que ayudaría a su hija para que explorara frecuencias más civilizadas. Pareció tranquilizarse y, finalmente, tras tomar un último sorbo de cava, me hizo jurar, con la mano derecha sobre el libro más sagrado tenía a mano  (instintivamente cogí Radio Hanbook) que apadrinaría a Valeria en sus primeros pasos por el mundo de la radioamateur.

LA CONCLUSIÓN

Por la tarde vino a visitarme Valeria. Se la veía divertida, y disculpó el arrebato de furia de su madre. Me contó que había conseguido sintonizar otras frecuencias donde algunos radioamateurs comentaban experimentos técnicos y se ayudaban entre sí resolviendo dudas sobre determinados tipos de radio comunicaciones. Pero no pudo resistir la tentación y me preguntó si lo que había oído en “aquella” frecuencia, era habitual. No descartaba hacérselo escuchar a sus compañeros de escuela, para que se rieran de aquellos adultos mentecatos, que se comportaban como histriónicos descerebrados.

Naturalmente la regañé y ella, con una sonrisa traviesa, contestó imitando cierta voz ronca:  -“Mmmm, valen, valen, valen...”

Hasta los jóvenes más brillantes les resulta difícil sustraerse de la cultura-basura que constantemente se les muestra en la televisión y la radio comercial. ¿De qué manera podía evitar que los futuros radioamateurs se contaminasen de esta “radioafición-basura” que nos está invadiendo sin que nadie haga nada para impedirlo. Aquello es un gallinero con algunos gallos y muchos gallinas. Si aquellos desalmados no tuviera quien les riera las gracias no estarían ahí. Pero también es cierto que lo cutre crea adicción, y cada día hay más adictos a la mezquindad intelectual. No sólo entre los radioamateurs, sino en toda nuestra sociedad.

En estos momentos, existen suficientes herramientas técnicas y legales para poner fin a este espectáculo tan denigrante. El sistema Leila, usado en los satélites para evitar la prepotencia de algunas estaciones, excedidas de potencia, sería una buena solución. Pero, sobre todo, la aplicación de la ley debería ser el principal instrumento disuasorio que impidiera a estos canallas hacernos quedar en ridículo al resto de radioamateurs. Las asociaciones propietarias y sus responsables deben actuar según el Reglamento de Estaciones de Aficionado. Pero es absurdo, por no decir otra cosa, cerrar un repetidor porqué unos pocos, y conocidos, descerebrados hacen un mal uso del sistema, dejando al resto de aficionados sin esta herramienta. Aplicando este ridículo criterio, se sigue el juego a los malvados, que consiguen su propósito, el cual no es otro que la destrucción de la radioafición.

Los equipos de radioamateur solo deberían venderse presentando la licencia oportuna, para no dar facilidades a los piratas. Pero, muy especialmente, las Jefaturas Provinciales de Telecomunicaciones son la responsables últimas de esta desagradable situación. Deberían actuar de oficio, castigando ejemplar y públicamente a los infractores. Con estas medidas, tal vez no conseguiríamos la paz, pero si una buena tregua. En definitiva, esto es responsabilidad de todos, por activa o por pasiva.

ADVERTENCIA FINAL

Todos los personajes y situaciones descritas de este cuento son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con hechos reales es pura coincidencia. Esta es una historia imaginaria que pudo ocurrir ayer o tal vez ocurrirá mañana. Agradezco a todos las personas que, de una manera u otra, han colaborado para pudiera escribirlo.

  

LEYENDAS URBANAS: DX VIRTUALES

LEYENDAS URBANAS: DX VIRTUALES

Las Leyendas Urbanas están alcanzando una gran importancia, dentro del mundo mitológico del radioaficionado desinformado del siglo XXI. Les voy a contar una historia que causará risa o preocupación, según sea su disposición filosófica respecto a la radioafición. Recientemente, un radioaficionado se dirigió a mí para plantearme una interesante cuestión. Me contó que había establecido contacto con otro radioaficionado situado por los alrededores de Miami (EE.UU.)

Me habló entusiasmado de la extraordinaria potencia de señal y la claridad de la voz. Se le veía exultante y me preparé para  escuchar pacientemente lo que suponía la narración del primer DX transoceánico de un principiante pero, imagínese cual fue mi asombro cuando mi interlocutor siguió contándome que había logrado salvar la distancia de 7.500 km. con un sencillo portátil de VHF, con la antena de serie y sentado tranquilamente en la terraza de un bar playero, de la costa mediterránea.  

EL RECORD GUINESS 

Mi cerebro empezó a buscar afanosamente una explicación tecno-científica para semejante récord. Una gesta de estas características merecería publicarse en las  mejores revistas especializadas del mundo, así como una portada en los periódicos del estado y numerosas entrevistas ante las cámaras de televisión, amén de algún reportaje científico, que posteriormente se exhibiría ante distinguidas elites de las facultades de telecomunicaciones.  No era para menos. Nadie hasta aquel momento había conseguido cruzar el “charco” usando un portátil de VHF, con una potencia máxima de 5 vatios y una antena helicoidal de no más de un palmo, encima de una mesa de bar. Esto debía figurar en el libro Guiness de los Records.

Ya estaba pensando como redactar la carta al Ministerio de Ciencia y Tecnología, suplicando la concesión de la Medalla de Honor al Mérito de la Radioafición para mi compañero, con la correspondiente recepción oficial ante el ministro de turno, mientras la banda de música de las Jefaturas de Comunicaciones amenizaba el acto con los acordes de una melodía telegráfica, al estilo nokia. 

Las piernas me temblaban ante tanta emoción y, cuando me disponía a iniciar la debida genuflexión para rozar con mis labios la punta de sus zapatos, el héroe tuvo conmiseración de mí y, deteniendo mi gesto con un ademán, siguió con su relato. Me habló compungido de la preocupación que le embargaba porqué, aún con la QSL en su poder,  no le reconocían el contacto. No sólo este, sino ninguno de los que había realizado durante la tarde del sábado con un buen número de radioaficionados europeos, de algunos países sudamericanos e incluso de varias provincias españolas. 

EL MISTERIO 

Yo caí de hinojos, preguntándome en qué momento había perdido el tren de la tecnología. ¿Dónde estaba yo cuando se produjo la alucinante conjunción de propagaciones esporádicas, boreales, lluvias de estrellas, desviaciones del campo magnético terrestre, y erupciones solares, qué propició semejante apertura mundial de propagación? Ansioso por recuperar el tiempo perdido, rogué al protagonista de tamaña hazaña que me ilustrara sobre los pormenores de su experiencia. Que me indicara que libros debía estudiar, que mejoras electrónicas debía introducir en mis equipos, que método operativo empleaba…  

EL DESCUBRIMIENTO 

Él, con un gesto gentil, como queriendo restar importancia a su gesta, me dijo que su experimento estaba al alcance de cualquier radioaficionado moderno. Mal lo tengo, pense, pues a todas luces yo debía ser un radioaficionado anticuado… Con una sonrisa angelical, me animó, diciéndome que sólo necesitaba un ordenador conectado a internet. - Será para descargar el archivo de su estudio empírico, sobre la propagación de ondas métricas transcontinentales. Exclamé azorado- No, no. Respondió un poco turbado ante mi manifiesta estulticia. - Lo único que debes hacer es visitar esta dirección de internet y descargar el programa “esolín  - ¡Claro¡. Razoné para mi. - Debe tratarse de una aplicación informática que calcula matemáticamente las puntas de propagación. - ¡Qué no! Escúchame con atención y deja de babear. El programa que te estoy comentando es para realizar un enlace IP entre un equipo de radioaficionado y la red telefónica de internet” - ¡Qué¡ ¿Me estás diciendo que el gran DX que me acabas de explicar es el resultado de un enlace a través de un repetidor por internet? Exclamé incrédulo. - ¡Claro, hombre! ¿En qué estabas pensando? Por cierto, ¿qué significa propagación? Preguntó interesado el sujeto.  

EL DESENGAÑO 

No recuerdo como puede resistir el acuciante instinto de convertir al individuo que tenían ante mí en un interfecto. Me separé unos pasos de él y sentí como todo volvía a la normalidad. Respiré hondamente y acercándome de nuevo a él le dije suavemente “- Amigo mío, esto que me cuentas NO es radioafición.” Ahora fue él quién retrocedió de un salto varios pasos atrás, exclamando - ¡Cómo que NO es radioafición! ¡ A ver sino! ¡ Para que te enteres, todos estos contactos los hice empleando mi equipo de radio legal, y dentro de las bandas y frecuencias legales asignadas a mi licencia de EB!  ¿Cuál es tu problema? Me avisaron que no debía contarte mis experiencias pues, seguramente, me saldrías con un discurso caduco y rancio sobre la radioafición…! Me soltó a quemarropa. Como ya tengo cierta experiencia en estas lides, me revestí de paciencia y me dispuse a explicarle al diexista virtual,  el significado profundamente filosófico, empírico y científico de la radioafición antigua, actual y futura. Aunque, si he de decir la verdad, desconfiaba de su capacidad para captar tanta sutileza. 

INTENTANDO RAZONAR -

Estimado compañero”. Empecé a decirle.  - Si algo distingue a la radioafición de otros sistemas de telecomunicaciones es, precisamente el uso de las ondas hercianas en sus comunicados. - ¿Y que crees que estoy haciendo yo? Preguntó agresivamente, para añadir a continuación con aires de suficiencia. - Yo utilizo exclusivamente mi equipo de radio para realizar estos contactos. Me esperaba esta salida, porqué es el argumento habitual entre quienes defienden este sistema de comunicaciones, así que enseguida  rebatí  sus palabras. - Tú tal vez si, pero has de saber que tu señal emplea otros caminos diferentes, que no son ondas electromagnéticas, sino que se trata de señales eléctricas encerradas en cables telefónicos. Sólo de esta manera se explica que con un sencillo portátil de mano puedas hablar con radioaficionados del otro lado del mundo. Poco a poco se habían ido reuniendo diversos aficionados a nuestro alrededor que parecían muy interesados en el tema que discutíamos. Uno de ellos, tras presentarse, quiso aportar su pensamiento sobre la cuestión. - Puede que no sea exactamente radioafición, según el término purista, pero es innegable que favorece la aproximación de personas interesadas en las comunicaciones que, finalmente, pueden decidirse a dar el paso y convertirse en radioaficionados”Aparentemente, esto parecía un argumento interesante. Pero para ello se necesitaba aceptar que el fin justifica los medios. En radioafición no debería defenderse el principio de "todo vale", pues es un riesgo demasiado peligroso, así que le pregunté: - ¿Es este el mejor camino para captar gente hacia la radioafición? ¿No corremos el peligro que este sistema desinforme más que informe y la persona termine por creerse que la radioafición es la hermana menor de los chats de internet? Y para dar más énfasis a mis argumentos, añadí: - ¿No será un error apostar por la cantidad en vez de la calidad? Y apostillé. - En realidad, el problema no es, ni mucho menos, la experimentación personal con determinados programas informáticos de telecomunicaciones, sino creerse (o hacer creer intencionadamente) que esto es una modalidad más de radioafición.    

EL MAGO 

Estábamos comentando los pros y los contras cuando apareció un nuevo personaje. El compañero con el cual había empezado la discusión, se dirigió inmediatamente hacia él y, tras una reverencia, le susurró unas palabras cerca de la oreja. El recién llegado escuchó unos instantes y levantó la mirada, clavando sus ojos en mí. Otro compañero que había dado muestras de estar de acuerdo con mis tesis, se acercó a mí y me dijo al oído.- ¡Cuidado! Este es el gurú de la secta “esolín- El personaje, que no había dejado de mirarme fijamente en ningún momento, se acercó majestuosamente, rodeado de una cohorte de acólitos y, a modo de saludo dijo.- De  modo que tú eres el radioaficionado que va en contra del progreso, poniendo en duda las excelencias de nuestro esolin. Con tu actitud impides que la radioafición avance y que los principiantes EB puedan disfrutar de los DX transcontinentales.Yo tragué saliva pero, haciendo de tripas corazón, me esforcé en mirarlo fijamente y le dije. - Nadie, en su  sano juicio, puede decir que yo vaya en contra de la modernización y el progreso de la radioafición pero, el sistema que propones NO es radioafición. Esolín será un buen programa para chatear, via internet, entre radioaficionados, igual que otros parecidos como el Messenger. Tal vez la única diferencia con el MSN es que aquel puede usar “terminales” de radio pero, desde el momento que necesita el soporte del cable telefónico, como medio imprescindible para conseguir estos enlaces, evidentemente no estamos ante una modalidad de radioafición. Ni esolín, ni cualquier otro que pueda aparecer en el futuro, JAMÁS será una modalidad de radioafición. NO existen equivalencias reales con la FM, SSB, SSTV, PSK, RTTY, ATV, CW, etc. El engaño mediante el cual quiere hacérsele creer a un principiante EB que con su portátil, o solamente con un ordenador, puede hacer diexismo, a medio plazo será contraproducente. 

CADUCO Y RANCIO 

Pareció un poco desconcertado ante mis palabras pero, reaccionó inmediatamente de manera airada espetándome:- ¡Tú discurso es caduco y rancio!. Eres una antigualla que se opone al progreso de la radioafición.Ahora sabía de donde provenía eso de “caduco y rancio” Mientras me repetía una y otra vez  sus adjetivos descalificativos, sin aportar ningún argumento mínimamente razonable, yo intentaba organizar mis ideas, sin quitarle ojo a uno de sus acólitos que, armado con un arco y el carcaj de flechas, me miraba amenazadoramente. Por lo visto, se trataba de un excelente deportista del tiro con arco, aunque ignoro que tal debía ser como radioaficionado. Intenté congraciarme con él, ofreciéndole una revista de radioafición, para que se relajara pero, viendo como fruncía el ceño y bostezaba, me di cuenta que había errado la estrategia. Mejor hubiera sido regalarle un tebeo de Mortadelo y Filemón.     

MÁS EXPLICACIONES 

Aprovechando que el gurú estaba distraído, disfrutando de los halagos de sus adictos, intenté de nuevo hacerle entrar en razón. - Estimado señor. La informática e internet son dos buenas herramientas para disfrutar más y mejor de la radioafición. En eso estaremos de acuerdo, supongo. Sin embargo, lo que no puede admitirse, simplemente porqué es absurdo, es la pretensión que una señal, viajando a través de un cable telefónico, sea aceptada como una transmisión de radioaficionado. La Radio, señor mío, está basada, precisamente, en el uso exclusivo de señales producidas por ondas electromagnéticas, que se propagan libremente, desde una antena, por el espacio, entonces…- ¡Tú discurso es caduco y rancio!. Me cortó abruptamente. Que manía tenía el hombre con este par de adjetivos.  Un nuevo compañero, de acento argentino, intentó mediar en la discusión, aportando unos valiosos conocimientos técnicos, que avalaban la tesis que las comunicaciones por cable no tenían nada que ver con la radioafición. Pero inmediatamente fue descalificado por el gurú, a coro con sus incondicionales, prácticamente sin prestar atención a sus palabras. Evidentemente no les interesaban nada que no fuera la transmutación del “esolín” en radioafición. ¿De qué manera podía hacerle entender a ese Mago que la discusión no era sobre el uso de las herramientas informáticas? Que cada cual haga según le convenga, pero dejando bien claro que, mantener contactos a través de una línea telefónica, NO es radioafición. No ponía en duda las ventajas de internet. Lo único que le pedía era que deslindara Radioafición de Internet. Son dos sistemas diferentes. La radioafición emplea, exclusivamente, las ondas electromagnéticas. Internet, básicamente, el cable. Sus medios pueden parecerse en algún momento, pero sus fines son diametralmente opuestos.  Había más gente alrededor, pero nadie quería intervenir. Algunos asentían silenciosamente, como corroborando mis palabras pero, cuando les insinuaba con un gesto que participaran en la discusión, rápidamente miraban hacia otro lado, desentendiéndose del asunto. ¿Miedo? ¿Vergüenza? O, lo que es peor, ¿indiferencia? No lo se, pero lo cierto es que me daba cuenta que estaba en franca minoría. Prácticamente rodeado de adeptos al esolin 

UNA RETIRADA A TIEMPO 

¿Qué podía hacer? Evidentemente pisaba terreno resbaladizo y mi integridad corría peligro. Entre unos que se esforzaban por nadar entre dos aguas y, al mismo tiempo, no mojarse la ropa, cosa harto difícil, y otros manifiestamente agresivos, a la espera de cualquier movimiento sospechoso para coserme a flechazos, mi margen de maniobra era cada vez más limitado. Recordando, el manual de estrategia, escrito por el general chino Sun Tzu, decidí retirarme a tiempo.   

LAS CONCLUSIONES 

Y así lo hice. Liberado de la sensación de sentirme un objetivo, recompuse mis ideas y elaboré estas conclusiones.

1.- Cualquier intercambio de mensajes entre radioaficionados, usando unos medios por los cuales la señal transcurra en parte, o en su totalidad, a través de una cable telefónico, NO puede admitirse como una comunicación de radioaficionados.

2.- La informática y cualquiera de sus aplicaciones, entre ellas internet, son una buena herramienta que ayudan a la modernización y al progreso del radioaficionado pero, en ningún momento deben confundirse con radioafición.

3.- Los radioaficionados, como personas especialmente interesadas por las comunicaciones en general, tienen derecho a experimentar cualquier sistema de telecomunicaciones, pero siempre teniendo muy claro que un sistema basado en enlaces por cable NO es radioafición.

4.- Si está pensando en “bajarse” alguno de los programas que se han comentado en otros números de la revista, hágalo. Posiblemente será una experiencia interesante pero, no se deje engañar. Usted no estará experimentando un QSO real, sólo una conversación telefónica. Su equipo de radio, si lo emplea, que tampoco le hace falta, será un simple terminal, exactamente igual que un teléfono móvil. 

UNA DEFINICIÓN 

Llegados a este punto, decido proponer una definición que delimite claramente el término Radioafición. “Se entiende por Radioafición toda comunicación realizada entre aficionados legalmente autorizados, empleando única y exclusivamente ondas electromagnéticas, transmitidas desde y hacia una antena, en el espacio libre, sin soporte material, dentro de las bandas y frecuencias autorizadas por la legislación vigente”. Esto no excluye la experimentación de nuevos métodos de comunicación radioamateur, como las transmisiones por infrarrojo, lasser, etc. pero, en todo caso, nunca sujetas a la dependencia de un cable telefónico conectado a un sistema informático, en el que intervengan de terceras personas que, de alguna manera, pudieran coartar la libertad de acceso. 

Un equipo radiotransmisor portátil, que envía su señal de radio a una estación base donde es introducida en una red telefónica por cable, la cual llega a otra estación base que se encarga de transformarla nuevamente en señal de radio, y es recibida entonces  por otro transceptor portátil, NO es radioafición. ¡A esto se le llama TELEFONÍA MÓVIL! que también funciona conectando el teléfono móvil a un ordenador y chateando con cualquiera de los programas de moda. La interconexión de la red de radioaficionados con otras redes, es un error. La filosofía de la radioafición está muy alejada de los planteamientos comerciales que mueven las telecomunicaciones. Son dos culturas distintas. La historia ha demostrado muchas veces que, cuando dos culturas entran en contacto, la menor sucumbe y es absorbida por la mayor. La Secretaría General de Comunicaciones nunca debería admitir la conexión de las bandas de radioaficionado a la red de internet o telefónica. Es una aberración que terminaría definitivamente con la radioafición.  

DESPERTANDO 

Estaba pensando como seguir redactando mis conclusiones cuando oí un lejano timbrazo. Alguien estaba llamando por el timbre de la puerta…De pronto tomé consciencia que no era un timbre lo que sonaba sino la alarma de mi despertador. - ¡Cáscaras! Las cinco de la madrugada. Hora de levantarse para acudir al trabajo. Con los ojos pegados por las legañas paré el artilugio y me dirigí al baño, mientras intentaba recordar el extraño sueño que había tenido. Apunté algunos pensamientos sueltos en el primer papel que encontré y, más tarde, entre las leves sacudidas del transporte público, seguí forzando la memoria hasta conseguir este resumen de mi pesadilla. Estaba agotado, como si hubiera estado discutiendo toda la noche, en vez de dormir a pierna suelta, como realmente había sucedido.  

FANTASÍAS  

Esta historia que acabo de contar es pura fantasía. Cualquier parecido con la realidad es una simple casualidad. Los personajes y las situaciones que aquí se relatan son producto de mi imaginación. El programa informático “esolín” no existe. Todo fue un sueño y los sueños, sueños son.   

AGRADECIMIENTOS 

Doy las gracias a todas las personas que, en un momento u otro, tuvieron la paciencia y la amabilidad de contarme sus opiniones, experiencias y anécdotas. También a cuantos me hicieron llegar sus comentarios, sobre los diversos temas que preocupan a los radioaficionados. Sin su ayuda, jamás hubiera podido inventar esa historia.