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EL RADIOAFICIONADO PATITIESO

EL REGALO ENVENENADO

Los Reyes Magos siempre habían sido mis héroes favoritos. Estos tres personajes entrañables, revestidos de santa autoridad y bondad, eran esperados año tras año, confiando plenamente es su sentido de la oportunidad. Tenía la convicción que cada uno de nosotros recibiría el regalo que se había hecho merecedor, pero... su última visita ha significado un gran trastorno. Si desean saber que me ocurrió, sigan leyendo.

VALERIA

Mis vecinos saben, desde siempre, que soy radioamateur. Nunca he tenido problemas por ello y jamás nadie me había preguntado por mi afición que, por otra parte, procuro llevar con discreción. Las antenas son pequeñas y bajas, por lo que acostumbran a pasar desapercibidas. Mi vida transcurría plácidamente hasta que alguien llamó a mi puerta y me soltó:

-“¿Eres radioaficionado?” Por un momento quedé sin habla pues hace algún tiempo que me he propuesto desterrar de mi vocabulario el término “aficionado” por un modismo más acorde como es “amateur” Con esto evito el sentido peyorativo de la palabra “aficionado”. Fíjense que cuando algo está mal hecho, siempre sale alguien diciendo: -“parece que lo haya hecho un aficionado” o, simplemente “¡aficionado!”, con toda la carga despectiva que conlleva.

Estoy perdiendo el hilo. A lo que iba. Quien preguntaba era una chiquilla de no más de 13 años, de aspecto vivaz, que se quedó mirándome interrogadoramente esperando una respuesta.

–“Esto... pues sí. Bueno, en realidad soy radioamateur” Intenté puntualizar.

–“Es lo mismo, ¿no?, me corrigió la chiquilla, observándome como un bicho raro.

–“Sí, más o menos”. Acerté a conceder.

–“Pues enséñamela”, dijo muy decidida, dando un paso hacia delante y plantándose frente a mí.

–“¿Qu... qué?. Tartamudeé. –

-“Qué me enseñes la emisora de radioafi..., digo de radioamateur”. Corrigió a tiempo.

Estaba totalmente desorientado. La verdad es que nunca me había sucedido algo parecido. Lo mío es la radioafición plumífera. Quiero decir que donde mejor me defiendo es escribiendo artículos divulgativos, pero no se me da bien la puesta en escena. Últimamente, pienso que tampoco consigo hacerme entender con la escritura pues ya he oído alguna voces que me tachan de gurú o críptico. Realmente, la telebasura está haciendo estragos en la mente de algunos telespectadores. Su riqueza idiomática está en bancarrota y la capacidad de discernimiento bajo mínimos. Pero no importa, no escribo para ellos, sino para usted, querido lector, que me comprende y me lee. Gracias.

Caramba, otra vez me despisto. Bien, vuelvo al relato. La chica seguía mirándome cada vez más extrañada. Para ganar tiempo le pregunté su nombre.

–“Valeria” dijo con un cierto tono de cansancio, como si un nombre tan bonito le causara pereza repetirlo. Estos segundos de tregua me dieron tiempo a reponerme de la impresión que suponía ser “descubierto” como el vecino radioamateur, así que más tranquilo le dije:

 “- A qué se debe tu interés pro ver mi estación de radio?”

“-En el instituto están dando un ciclo de charlas sobre distintas aficiones y hoy ha venido una persona que nos ha hablado sobre la radioaf..., la radioamateur y he quedado muy impresionada”. ¡Caramba!, pensé para mis adentros, por lo visto las charlas en las escuelas aún surten efecto. Ella seguía hablando y decía:

“- Nos ha dicho que al salir de clase nos fijáramos en los tejados de nuestro barrio, para descubrir una antena como la que nos ha mostrado en las imágenes del retro-proyector. Lo he hecho y, cuando pensaba que no vería ninguna, ha parecido la tuya en el mismo edificio donde vivo. ¡No te puedes imaginar la ilusión que me ha hecho saber que vivo al lado de un radioamateur!” Terminó diciendo estas últimas palabras con la voz algo alterada por la emoción.

EL APEADERO

“Disimuladamente” echaba discretas ojeadas hacia el interior de mi domicilio. Capté la indirecta y le franqueé la entrada. No estaba muy seguro de impresionarla con mi estación de radio. Más bien parece un apeadero que una estación de verdad. Tampoco dispongo de una habitación para mi sólo, ni la deseo. El “cuarto de las chispas”, como algunos radioamateurs llaman el lugar donde tiene instalados sus equipos, hace años que se convirtió en una habitación familiar. Además, la radio que hago tampoco requiere mucho espacio, así que los pocos equipos que tengo están prácticamente integrados en el mobiliario, arropados por los libros de la biblioteca.

Esto no pareció preocuparle mucho a Valeria que enseguida descubrió los aparatos y se dirigió muy decidida hacia ellos. Inconscientemente les pasó una mano por encima como una leve caricia y mirándome dijo: -“Anda, ponlos en marcha. Quiero oír como suenan”.

 –“Mmmm”. Pensé yo. No estaba muy convencido de que lo iba a oír mostraría una imagen acorde con lo que le habían explicado en el instituto, así que me curé  en salud y le pregunté:

-“¿Como estás de inglés?”

–“¡Muy bien!”.  Exclamó alborozada.

–“Bien pues tu bautismo de radioescucha será en la banda de veinte metros en HF, para que veas como se comunican los radioamateurs de todo el mundo”.

Dicho esto, sin darle tiempo a preguntar por el pequeño equipo de V-UHF que estaba observando, conecté el transceptor de bandas decamétricas y seleccioné una frecuencia donde acostumbran aparecer estaciones ‘deeqis’. –“Naturalmente, no podrás transmitir, pero te harás una idea de cómo funciona” Le advertí, al mismo tiempo que le enseñaba como cambiar la frecuencia dando vueltas al botón principal. Ella pegó el oído al altavoz y extasiada fue dándole vueltas lentamente hasta sintonizar muy correctamente un ‘cueseó’ entre un japonés y un holandés. Antes de que abriera la boca, ya había bajado un libro de la estantería que explicaba algo del código cú y los prefijos internacionales. Literalmente me lo arrancó de las manos y empezó a tomar notas en un cuaderno que sacó del bolso.“

-“Es para hacer el trabajo de la charla”. Explicó.

Así pasamos un buen rato. Yo en silencio, observando encantado como una persona tan joven, y mujer por añadidura (algo muy poco usual) mostraba un interés tan inusitado por la radioamateur. Parecía que había nacido para ello. Su conocimiento del inglés y la experiencia en todo tipo de electrodomésticos (cd, dvd, video, tv, pc, teléfonos, etc.) le facilitaba enormemente la comprensión del funcionamiento de los distintos mandos del transceptor. Al cabo de un rato lo manejaba con más soltura que yo. De pronto, noté que se sobresaltaba ligeramente. Rebuscó en su bolso y sacó un pequeño teléfono portátil que vibraba insistentemente. Con un dedo lo paró mientras se levantaba con una cara que reflejaba un enorme pesar.

“-Tengo que irme. He de terminar los deberes y escribir el trabajo de hoy”. Suspiró y, tendiéndome la mano dijo muy convencida:

-“¡Yo también seré radioamateur!” Recogió sus cosas y la acompañé hasta la puerta. Le notaba una emoción contenida, que me contagió y noté como una especie de nudo en la garganta.

“-¿Sabes?” dijo cuando se alejaba del mi rellano, “-Voy a pedirles a los Reyes Magos un equipo de radio para practicar la escucha mientras me preparo para obtener la licencia, según nos han explicado en el ‘insti’ “ Se detuvo y volviéndose exclamó muy sonriente:

-“Gracias” y selló nuestra amistad con un ligero beso en la mejilla. Acto seguido se alejó rápidamente. Cerré la puerta para que viera el esfuerzo que hacía para impedir que la emoción emergiera fluidamente de mis ojos.

Era la primera vez que me sucedía algo parecido. Naturalmente, había participado en multitud de ocasiones en todo tipo de actividades divulgativas. A pesar de no gustarme mucho, había dado conferencias, cursillos, acudido a programas de televisión y durante varios años  colaboré con unos de los programas de radio más antiguo dedicado a la radioamateur. También, como no, había estado de plantón durante horas ante una caseta dando explicaciones a los curiosos que se acercaban a pedir ‘pins’, folletos y demás artículos que se acostumbran e exponer en las ferias de las ciudades y pueblos. Sin embargo, era la primera vez que era testigo de la eclosión de una radioamateur.

SU MADRE

Era a finales de diciembre y los exámenes ocupaban todo el tiempo de los estudiantes del instituto de Valeria. Nos vimos alguna vez, de lejos y ella me saludó con la mano, con una mirada que intuí de complicidad, como si entre ella y yo se hubiera establecido una corriente electromagnética. Pero en ningún momento tuvimos ocasión de comentar nada sobre la radioamateur. Pasaron los días. Yo sabía que, si realmente se había producido el nacimiento de una nueva radioamateur, tarde o temprano, posiblemente durante las próximas vacaciones de navidad, volveríamos a vernos. Por esta razón, me sentí muy feliz cuando oí el timbre de mi puerta. Rápidamente abrí pensando encontrar a Valeria pero no. Era su madre. –“Uf”. Pensé. Espero que no haya habido ningún malentendido. Pero enseguida deseche mis temores. La señora estaba radiante, con un aspecto muy parecido a su hija. Para que no cupiera duda dijo:

 -“Hola, soy la madre de Valeria. La vecina de arriba” dijo, al mismo tiempo que me ofrecía la mano con un  gesto vigoroso.

-“ Mi hija me ha hablado de su afición por la radio y la visita que le hizo. Discúlpela. Es muy lanzada. Espero que no le molestar”.

-“En absoluto, señora” Contesté caballerosamente. –“Fue una agradable sorpresa mostrar a Valeria mi estación de radioamateur” Dije, poniendo especial énfasis en la palabra radioamateur.

-“Estamos muy orgullosos de ella. Es una buena chica y una excelente estudiante. Si las notas son tal como nos tiene acostumbrados, le haremos un buen regalo estas próximas navidades.”

-“Está muy bien”. Contesté yo y añadí –“Tal vez le gustaría poseer un receptor de comunicaciones, teniendo en cuenta su interés por la radioafición”

-“Buena idea” Respondió. Me tendió nuevamente la mano al punto que añadía

-“ Los vecinos no recordábamos que usted es radioaficionado. Está muy bien esto ayudar a buscar medicinas y colaborar en el desfile de las carrozas de los Reyes Magos”. Sonreí pero quedé un poco apenado. Esta era la imagen que persistía en la mente de las personas cuando se acordaban de los radioamateur. Aún había que cambiar muchas cosas. Las actividades socio-culturales seguían ocultando la mejor radioamateur, la científica y técnica.

EL DESASTRE

Las hojas del calendario cayeron rápidamente y casi sin darnos cuenta.  Pasó la noche mágica y todos pudimos disfrutar de los regalos que dejaron los Reyes Magos a su paso por la ciudad. La familia nos reunimos para celebrar el último ágape de las fiestas de invierno. Estábamos degustando el turrón y cava catalán cuando de pronto sonó el timbre de la puerta. Eran toques largos e insistentes, como si alguien tuviera prisa para que se le abriera la puerta. Mientras me dirigía a la entrada me vino a la memoria que podía se mi vecinita Valeria. Tal vez sus padres habían hecho caso a mi sugerencia y le pidiera a los Magos un receptor de radio para ella.

Abrí la puerta y apareció la figura de la madre de la chica.

–“Desgraciado” Me soltó nada más verme. Instintivamente di un paso atrás, sorprendido por la furia que emanaba de la mujer.

“-Ustedes los radioaficionados son un atajo de burros” Me espetó, por si el primer insulto no me había quedado claro. Reaccioné manteniendo la calma y ofreciéndole una sonrisa de circunstancias, al tiempo que le preguntaba que había ocurrido para que estuviera tan enfadada.

–“Los Reyes Magos han traído un aparato de radio a Valeria, tal como usted me sugirió” Dijo con voz trémula.

–“Y...” Pregunté con un hilo de voz.

 –“¿Cómo pueden ser tan mal hablados, tan maleducados, tan ..... tan....” Tartamudeó mientras buscaba un epíteto que describiera su impresión.

 –“¡ Tan obtusos!” Por suerte la señora tenía un buen repertorio de adjetivos y no le hacía falta recurrir a ninguna ordinariez.

Yo no sabía que decir ni de que me hablaba, aunque algo me temía. Intenté calmarla invitándola a pasar al interior de mi domicilio para que se sosegara tomando un poco de turrón y una copa de cava catalán. No se como, pero aceptó. Una vez instalada en la mesa, rodeada de mi familia y tras tomar un sorbo de cava, explicó lo que había sucedido.

Efectivamente, los Reyes Magos habían respondido a su demanda con un precioso receptor, un escáner, dijo ella. De la manera que lo describía me di cuenta que era un  portátil, con antena incorporada, que cubre la bandas de V-UHF. Con tremenda ilusión, Valeria quiso hacer una demostración ante la familia y lo puso inmediatamente en marcha. Le dio al botón de exploración y la mala suerte hizo que captara una señal. Escucharon como alguien saludaba a un tal ‘Errecero’:

-“Hola Errecero, hay alguien?

 Valeria elevó el volumen del altavoz y anunció:

-“Yo voy a ser radioamateur como ellos” Y ahí empezó la debacle. La sala de la casa de la chica se llenó de pitidos y ruidos entre los que sobresalían voces insultándose unos a otros. De vez en cuando, se oía claramente algunas frases de personas provocando a los demás, etc. Valeria, avergonzada, actuó rápida y cambiando de sintonía, dijo que se había equivocado de frecuencia pero el mal ya estaba hecho. Todos habían oído claramente algunos retazos de apodos que les sonaban a los que usan para hablar por radio en las películas. Gracias a la poderosa retentiva y la capacidad de síntesis femenina, la madre de Valeria pudo resumir de esta manera la experiencia:

-“Había uno que llamaban fonético, después uno que se llamaba como el hijo de Trazan, decía buscar maraña, otro que repetía el estribillo “valen-valen”, y otro más que llamaban algo así como cierta marca de cacao en polvo que, cuando hablaba parecía un telepredicador, metiéndose en políticas y religiones, amén de otras muchas voces pugnando por hacerse un hueco para decir sus propias sandeces. Todos revueltos en un batiburrillo de palabras gruesas, insultos, amenazas y salvajes diatribas . Al abuelo de Valeria casi le da un soponcio cuando escucho a un energúmeno silbando el “cara al sol”, mientras que la pobre consuegra estuvo en un trís de vomitar el pavo de la comida cuando un degenerado empezó eructar repetidamente”.

Finalmente, el padre de Valeria salió de su estupor, y arrebató el aparato de su hija diciendo que lo guardaría hasta saber quien era el responsable de tamaño despropósito. Y a esto venía la madre.

-“¿No hay nadie que se responsabilice de este gallinero?” preguntó indignada aún la señora madre de Valeria. Le dije que sí, que legalmente podían exigirse responsabilidades, tanto a los radioamateurs que hacen mal uso de las bandas, como a las asociaciones que instalan emisoras repetidoras colectivas. Pero que también recaía una buena parte de responsabilidad sobre la Jefatura de Telecomunicaciones, que debería actuar de oficio.

Le expliqué que esto que había oído no era normal. Que ignoraba si aquellas personas eran radioamateurs, piratas, o ambas cosas a la vez. Pero, fuera lo que fuese, deberían ser denunciados inmediatamente y desposeerlos de su licencia, si la tuviesen. Le comenté que la radioamateur era otra cosa. Le hablé de la ciencia y la técnica que nos permite transmitir a enormes distancias con aparatos muy sencillos. Hablé de telegrafía, de satélites, de comunicaciones digitales, de concursos, experimentos. Incluso le recordé que algunos radioamateurs estaban en posesión del Premio Nóbel. Le prometí que ayudaría a su hija para que explorara frecuencias más civilizadas. Pareció tranquilizarse y, finalmente, tras tomar un último sorbo de cava, me hizo jurar, con la mano derecha sobre el libro más sagrado tenía a mano  (instintivamente cogí Radio Hanbook) que apadrinaría a Valeria en sus primeros pasos por el mundo de la radioamateur.

LA CONCLUSIÓN

Por la tarde vino a visitarme Valeria. Se la veía divertida, y disculpó el arrebato de furia de su madre. Me contó que había conseguido sintonizar otras frecuencias donde algunos radioamateurs comentaban experimentos técnicos y se ayudaban entre sí resolviendo dudas sobre determinados tipos de radio comunicaciones. Pero no pudo resistir la tentación y me preguntó si lo que había oído en “aquella” frecuencia, era habitual. No descartaba hacérselo escuchar a sus compañeros de escuela, para que se rieran de aquellos adultos mentecatos, que se comportaban como histriónicos descerebrados.

Naturalmente la regañé y ella, con una sonrisa traviesa, contestó imitando cierta voz ronca:  -“Mmmm, valen, valen, valen...”

Hasta los jóvenes más brillantes les resulta difícil sustraerse de la cultura-basura que constantemente se les muestra en la televisión y la radio comercial. ¿De qué manera podía evitar que los futuros radioamateurs se contaminasen de esta “radioafición-basura” que nos está invadiendo sin que nadie haga nada para impedirlo. Aquello es un gallinero con algunos gallos y muchos gallinas. Si aquellos desalmados no tuviera quien les riera las gracias no estarían ahí. Pero también es cierto que lo cutre crea adicción, y cada día hay más adictos a la mezquindad intelectual. No sólo entre los radioamateurs, sino en toda nuestra sociedad.

En estos momentos, existen suficientes herramientas técnicas y legales para poner fin a este espectáculo tan denigrante. El sistema Leila, usado en los satélites para evitar la prepotencia de algunas estaciones, excedidas de potencia, sería una buena solución. Pero, sobre todo, la aplicación de la ley debería ser el principal instrumento disuasorio que impidiera a estos canallas hacernos quedar en ridículo al resto de radioamateurs. Las asociaciones propietarias y sus responsables deben actuar según el Reglamento de Estaciones de Aficionado. Pero es absurdo, por no decir otra cosa, cerrar un repetidor porqué unos pocos, y conocidos, descerebrados hacen un mal uso del sistema, dejando al resto de aficionados sin esta herramienta. Aplicando este ridículo criterio, se sigue el juego a los malvados, que consiguen su propósito, el cual no es otro que la destrucción de la radioafición.

Los equipos de radioamateur solo deberían venderse presentando la licencia oportuna, para no dar facilidades a los piratas. Pero, muy especialmente, las Jefaturas Provinciales de Telecomunicaciones son la responsables últimas de esta desagradable situación. Deberían actuar de oficio, castigando ejemplar y públicamente a los infractores. Con estas medidas, tal vez no conseguiríamos la paz, pero si una buena tregua. En definitiva, esto es responsabilidad de todos, por activa o por pasiva.

ADVERTENCIA FINAL

Todos los personajes y situaciones descritas de este cuento son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con hechos reales es pura coincidencia. Esta es una historia imaginaria que pudo ocurrir ayer o tal vez ocurrirá mañana. Agradezco a todos las personas que, de una manera u otra, han colaborado para pudiera escribirlo.

  

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